El coronavirus y la contaminación
15 min lectura15 abr 2020

El coronavirus y la estupidez humana

Sustainability | Environment | Pollution | Climate change

A raíz del coronavirus se han desplomado los niveles de contaminación del aire alrededor del mundo como nunca antes se había visto.

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Sí, es cierto, los niveles de contaminación del aire han tenido la mayor caída jamás registrada, pero eso no significa que sea del todo positivo para nuestro planeta. No debemos aferrarnos a una idea “ficticia” para forzarnos a tener “buenas noticias” durante estos días de confinamiento.

Debemos entender qué es lo que está pasando en realidad, y no sólo qué beneficios aporta sino, sobre todo, las consecuencias que puede conllevar a nivel medioambiental el nuevo virus SARS-CoV-2, popularmente conocido como coronavirus o COVID-19.

Industrias y fábricas cerradas y comercios con la persiana bajada han llevado a calles vacías y a un parón casi absoluto del consumo y del movimiento constante de vehículos. Y esto, consecuentemente, ha traído beneficios claros (pero momentáneos) para el planeta: reducción de la contaminación, cielos más despejados y aguas más limpias, como los canales de Venecia, que lucen aguas cristalinas. Pero todo esto puede tener un efecto rebote que debemos evitar a rajatabla.

El futuro que nos espera si no actuamos

Como afirma el diario El País, “en la actual crisis epidemiológica encontramos un anticipo de lo que nos espera si no nos tomamos en serio el cambio climático”. Y os estaréis preguntando, ¿qué tiene que ver el coronavirus con el cambio climático? El virus Covid-19 está siendo una amenaza intangible y devastadora para el ser humano y que, desgraciadamente, se está llevando muchas vidas, especialmente de ancianos y gente más vulnerable a nivel de salud.

Si una vez superada esta epidemia no actuamos en consecuencia y el mundo entero (incluidos gobiernos, instituciones y especialmente el conjunto de la sociedad) tomamos conciencia de la gravedad del cambio climático, quizá sea demasiado tarde. El coronavirus y la contaminación están mucho más vinculados de lo que nos pensamos.

Quizá, en pocos años, nos encontremos ante otra amenaza intangible y devastadora. Será el virus de la contaminación, que se llevará miles de millones de vidas en forma de cánceres, ataques de corazón y enfermedades fulminantes.

No es noticia que la estupidez humana ha sido protagonista de esta pandemia mundial. Si los gobiernos hubieran priorizado la salud de la población ante la economía y se hubieran tomado las medidas necesarias de confinamiento y contención cuando tocaban, el coronavirus no se habría llevado más de 80.000 vidas y, quizá, no se hubiese ni decretado como pandemia.

Ya lo decía Albert Einstein, “hay dos cosas infinitas; el universo y la estupidez humana, y del universo no estoy seguro”.

Pues bien, precisamente la estupidez humana es la que lleva años siendo protagonista de otra pandemia mundial: el cambio climático. Si no actuamos ahora que hemos comprobado que aún estamos a tiempo de salvar el planeta, en unos años volveremos a ser testigos de una amenaza que, esta vez, no tendrá fin y no podrá erradicarse con ninguna vacuna.

Tolerancia cero a la contaminación

El coronavirus ha detenido la economía y el mundo entero, y pasado el confinamiento, los esfuerzos por reactivar la economía serán enormes. Y precisamente, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ya se ha anticipado a ello y, a base de golpe y porrazo, está destruyendo las regulaciones más significativas contra el cambio climático.

Pero el planeta no se puede permitir el lujo de seguir siendo contaminado y para nada servirá relajar las leyes y los límites establecidos para cuidar el medio ambiente en pro de la economía. Rotundamente no.

El primer paso que ha dado Trump es dar luz verde a la construcción de un oleoducto de 1.900 km, diseñado para transportar petróleo entre Estados Unidos y Canadá y que, sin lugar a dudas, tendrá un impacto devastador para el medio ambiente y para algunas poblaciones indígenas que habitan en el territorio.

Y esto se suma a la nueva política de aguas –que ya estableció hace unos meses–, que permite contaminar ríos y lagos, y al hecho que también ha suavizado los estándares establecidos para controlar las emisiones de los automóviles, con el único fin de priorizar la venta de más coches. Esto significa que, a partir de ahora, los nuevos vehículos de los Estados Unidos podrán emitir alrededor de mil millones de toneladas MÁS de dióxido de carbono (CO2) durante toda su vida útil.

Cifras “positivas” que nos invitan a la reflexión

Sí, en las grandes ciudades y en las zonas más afectadas por el coronavirus, los niveles de contaminación atmosférica se han desplomado. Pero no, eso no influye en el cambio climático. Y no, el virus no está ayudando a la naturaleza a disminuir el calentamiento global. El coronavirus ha dado un respiro a los pulmones de la tierra, pero hablamos sólo de una tregua.

Lo que está claro es que las cifras y los estudios son totalmente innegables –como los datos que han recopilado satélites de la NASA–, y no sólo de China y Corea del Sur, sino de medio mundo.

Como podemos ver, el descenso de dióxido de nitrógeno (NO2), –el principal contaminante emitido por el tráfico urbano, plantas energéticas y procesos industriales– es espectacular. Nos encontramos ante una bajada global sin precedentes. En Nueva York, por ejemplo, el monóxido de carbono (CO) ha disminuido un 50%.

En toda Europa las cifras también reflejan una bajada muy significativa de la contaminación del aire, tanto de NO2 como de óxido de nitrógeno (NOx), así como de ozono troposférico y de partículas en suspensión (como las PM10 y PM2,5). Y ha ocurrido especialmente en grandes ciudades como Madrid, Barcelona, Londres, París, Lyon, Roma, Milán… Y precisamente así lo muestran las imágenes captadas por el satélite Copérnico Sentinel-5P de la Agencia Espacial Europea (ESA):

En el caso de España, los niveles de contaminación se han reducido de media más de un 65% y en grandes ciudades como Barcelona (que, con sólo tres días de confinamiento redujo a la mitad las concentraciones de NO2), en más de un 80%, según un estudio de Ecologistas en Acción.

En Barcelona, no sólo se ha confirmado la disminución de NO2 sino también de CO2, que se ha visto reducido en un 75%, según datos del departamento de Medio Ambiente de la Generalitat de Catalunya. En cuanto al dióxido de nitrógeno, el pasado lunes 23 de marzo se midieron 14 microgramos/m3 de NO2; una cifra que resulta impensable en comparación con la media de los últimos cuatro años, que ha sido de 55 microgramos/m3. Increíble, ¿verdad?

La reducción de la contaminación también se ha hecho evidente en Madrid (con una bajada alrededor del 70%), donde los gases de efecto invernadero se han reducido casi un 60%. En el caso de NO2, entre el 14 y 23 de marzo se midieron 17 microgramos/m3, en comparación con la media para las mismas fechas de 39 microgramos/m3, gracias a los datos aportados por la red de estaciones de control atmosférico de Madrid y los gráficos facilitados por Greenpeace:

Como dato destacable a tener en cuenta, el límite legal establecido por la Unión Europea para el dióxido de nitrógeno es de 40 microgramos/m3 de media anual. Y, por lo general, durante estos últimos días en Europa, los valores medios de NO2 no han llegado a alcanzar el 40% de los límites fijados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), por lo que cumplen con creces con los valores establecidos.

La India, otro gran ejemplo, tiene 21 de las 30 ciudades más contaminadas del mundo –según el Informe de Calidad del Aire Mundial 2019 de IQAir AirVisual– y una de las tasas más altas de enfermedades respiratorias de todo el mundo, y gracias a la caída drástica de la concentración de contaminantes ha podido gozar de cielos azules.

Para ser más concretos, las partículas PM 2,5 cayeron un 71% en Nueva Delhi del 20 al 27 de marzo (de 91 microgramos por metro cúbico a tan sólo 26), y justamente lo que establece la OMS como seguro es cualquier cifra por debajo de 25. Y en cuanto al dióxido de nitrógeno también hablamos de una caída del 71% (pasó de 52 por metro cúbico a 15 en las mismas fechas) y otras ciudades como Mumbai, Chennai, Kolkata y Bangalore también han registrado cifras históricas, como expone el CNN.


¿Cómo se ve afectada nuestra salud?

La contaminación atmosférica no sólo contribuye en el cambio climático, sino que también afecta a nuestra salud. Como ya es sabido, puede causar cáncer, enfermedades pulmonares e incluso provocar ataques de corazón, además de ser responsable de originar la lluvia ácida. Por lo tanto, que un parón de dos/tres/cuatro meses disminuya los niveles de contaminación, no significa que también lo haga en nuestros cuerpos.

No olvidemos que, en 2016, el 91% de la población mundial vivía en lugares donde las Directrices de la OMS sobre la calidad del aire no eran respetadas. Y ello conllevó que, en ese mismo año, se produjeran 4’2 millones de defunciones prematuras vinculadas a la contaminación atmosférica. Y a día de hoy esta cifra asciende a casi 8 millones de muertes prematuras al año, cifra que queda muy lejos del número de vidas que se llevará el coronavirus.

Por ser más concretos, en el caso de China, por cada víctima mortal del coronavirus, podrían llegar a salvarse 20 gracias a una reducción de la contaminación, según una estimación del investigador Marshall Burke de la Universidad de Stanford.

¿Qué relación existe entre el coronavirus y la contaminación?

En 2003 un estudio ya probó que el SARS (el precedente del actual virus), fue mucho más letal en los lugares más contaminados de la China. Y el actual coronavirus no está siendo demasiado distinto. Este hecho se debe a dos factores:

  • Según confirmaciones del organismo internacional European Public Health Alliance, la contaminación atmosférica, al causar múltiples enfermedades, nos hace más vulnerables, especialmente a nivel respiratorio; factor de riesgo vinculado a una peor evolución del paciente.

  • Las partículas contaminantes como las PM10 y PM2,5 pueden ser posibles huéspedes y portadores del virus, como ya ha sido probado con en el petróleo, carbón y alquitrán.

No es de extrañar que las ciudades más contaminadas hayan sido donde el coronavirus haya acechado con una mortalidad más severa: Milán y el conjunto del norte de Italia; Madrid y Barcelona en España; París y el Gran Este en Francia, así como Nueva York y Nueva Jersey en EEUU, juntamente con California. Por lo tanto, la relación entre el coronavirus y la contaminación es clara.

El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) respalda estos hechos con el informe “Pérdida de la naturaleza y pandemias: un planeta sano por la salud de la humanidad”, donde aseguran que existe una relación directa entre la destrucción de la naturaleza y el aumento de pandemias como la Covid-19.

Más del 70% de las enfermedades humanas en los últimos 40 años han sido transmitidas por animales salvajes. Hay casos muy conocidos como la gripe aviar, el Ébola, el sida y la Covid-19”, afirma Juan Carlos del Olmo, secretario general de WWF España. Y el motivo es porque “cuanta mayor es la destrucción de biodiversidad más riesgo de epidemias, porque altera las cadenas ecológicas y tróficas y reduce el control natural establecido por la propia naturaleza”, explica.

Así pues, el informe pone de manifiesto que nuestro bienestar va de la mano de la salud de nuestro planeta. Por lo tanto, la contaminación del aire no sólo perjudica gravemente la salud de la población a largo plazo, sino que además nos vuelve más vulnerables ante virus como la gripe y como el que estamos viviendo a día de hoy.

Y así lo demuestra un análisis de la Escuela de Salud Pública de Harvard, donde constata que la exposición prolongada a las micropartículas PM 2,5 lleva a un gran aumento en la tasa de mortalidad por coronavirus, ya que “incrementa la vulnerabilidad de experimentar los síntomas más severos de la Covid-19”, según afirman sus autores. Los resultados obtenidos les han permitido comprobar que un incremento de un solo microgramo por m3 de PM 2,5 se asocia a un aumento del 15% en la mortalidad.

Otra investigación llevada a cabo por la Universidad Martín Luter de Halle-Wittenberg (Alemania), también respalda estos hechos ya que afirma que “la exposición a largo plazo al dióxido de nitrógeno puede ser uno de los factores más importantes” que contribuyen a la mortalidad de la pandemia.

Por lo tanto, una exposición prolongada a dicha contaminación y a partículas en suspensión durante más de dos siglos no se soluciona con un respiro de unos meses. Y esto es aplicable al cambio climático y al calentamiento global. Esta tregua no soluciona nada si no nos lo tomamos en serio.


¿Y qué pasa con el cambio climático?

Sí, las emisiones de dióxido de carbono (CO2) se han reducido también a niveles impensables, ¡pero no es suficiente para luchar contra el cambio climático!

Recordemos que el dióxido de carbono juega un papel fundamental en el cambio climático –a diferencia del dióxido de nitrógeno que lo hace más bien en la contaminación de la atmósfera relacionada con la salud de las personas. Pues bien, sí que es cierto que, en China, por ejemplo, el CO2 se ha reducido prácticamente tres cuartas partes.

Pero para empezar a luchar realmente contra el calentamiento global, según la ONU, las emisiones de este tipo de gas deberían bajar un 8% en todo el mundo durante cada año en esta década. El objetivo es detener el aumento de la temperatura global del planeta y evitar que suba menos de 1,5ºC.

Pues bien, el impacto del coronavirus ha desplomado las actividades relacionadas con la energía, la quema de combustibles fósiles, la industria, los transportes, etc., y ha provocado la mayor caída de la historia en las emisiones de CO2. Según el informe de Carbon Brief, la pandemia provocará la reducción de 2.000 millones de toneladas de CO2 (aproximadamente un 5% de las emisiones de 2019).

En la historia de la humanidad, la mayor caída de CO2 había sido, hasta el momento, durante la Segunda Guerra Mundial, seguida por la recesión y la crisis financiera de 2008, entre otros. Pero, sin duda, nos encontramos ante la mayor bajada sin precedentes jamás registrada. Sin embargo, recordamos que NO es suficiente. Por tanto, los esfuerzos por parte de todos los países deberán ser muy grandes para lograr alcanzar la reducción de emisiones necesaria.

Cómo evitar el efecto rebote

La historia es clara: los finales de crisis económicas no van de la mano de políticas en pro del medio ambiente; todo lo contrario. Un claro ejemplo fue la crisis de 2008, que implementó medidas que iban en contra de las políticas ambientales ya que suponían un freno para la recuperación de la economía (los niveles de protección de calidad del aire de la OMS debían aplicarse el 2010; fueron retrasados hasta 2014 y nuevamente pospuestos hasta 2020).

Es importante que intentemos evitar a toda costa el efecto rebote, ya que el planeta no puede permitirse que una vez reactivado el mundo, se alcancen picos de contaminación jamás vistos. El ejemplo sigue siendo China, que ya está dejando atrás la crisis sanitaria y ya está experimentando repuntes en las emisiones de NO2. Y no sólo eso, sino que además el país pretende construir decenas de centrales de carbón con el fin de estimular la economía…

El tráfico, las fábricas, las industrias y los viajes se reactivarán, quizá por encima de la demanda habitual, como si se tratara de correr 100 metros lisos para intentar volver a la normalidad lo antes posible.

Pero la situación tan excepcional en la que estamos inmersos nos ha hecho abrir los ojos y nos ha puesto en escena una realidad que aún es posible: frenar el cambio climático, reducir la contaminación del aire y los gases de efecto invernadero. Ojalá esta crisis sanitaria nos haga darnos cuenta que nos encontramos ante el mayor problema de salud mundial de la historia, y no es precisamente el coronavirus.

Tal como declaró a la BBC Corinne Le Quéré (investigadora de la Universidad de East Anglia de Inglaterra): “los gobiernos ahora deben ser muy cautelosos sobre cómo reestimular sus economías, conscientes de que no deben recluirse en los combustibles fósiles”.

¡Apostemos todos por reactivar el mundo de forma sostenible!

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