Contaminación del aire y emisión de partículas finas

La OMS declaró en 2013 que la contaminación del aire y el humo producido por la combustión de diésel son cancerígenos para los humanos, y las partículas finas en suspensión están estrechamente relacionadas con el aumento de cáncer en los últimos años, principalmente el de pulmón.

Sin ir más lejos, en 2016, el 91% de la población mundial vivía en lugares donde las Directrices de la OMS sobre la calidad del aire no eran respetadas. Y ello conllevó que, en ese mismo año, se produjeran 4’2 millones de defunciones prematuras vinculadas a la contaminación atmosférica, tanto en ciudades como en zonas rurales.

Esta mortalidad se debe a la exposición a partículas pequeñas de 2,5 micrones o menos (detallado más adelante), que causan enfermedades cardiovasculares, respiratorias y cáncer, especialmente de pulmón. Y en el caso de España, hablamos alrededor de 30.000 muertes prematuras, casi treinta veces más que las muertes provocadas por accidentes de tráfico. Además, se estimó que el 91% de estas muertes se produjeron en países de ingresos bajos y medianos, donde sufren de forma mucho más intensa la carga de la contaminación en el aire.

Las Directrices de la OMS sobre la Calidad del Aire fueron publicadas en 2005 y ofrecen una serie de umbrales y límites para contaminantes atmosféricos que provocan riesgos sanitarios. Dichas directrices se aplican en todo el mundo y se basan en la evaluación de partículas (PM), ozono (O3), dióxido de nitrógeno (NO2) y dióxido de azufre (SO2). Actualmente, las directrices se encuentran nuevamente en proceso de revisión y su publicación será en 2020.

Por lo tanto, a medida que disminuyan los niveles de contaminación del aire, mejor será la salud cardiovascular y respiratoria del conjunto de la sociedad, tanto a largo como a corto plazo, reduciendo así la morbilidad a causa de accidentes cerebrovasculares y cánceres de pulmón, entre otros.

¿Qué son las partículas?

PM (Particulate Matter) es la sigla que representa aquellas partículas en suspensión en el aire (polvo, humo, carbonilla, etc.), generadas principalmente por los vehículos de combustión, cuyas consecuencias son el aumento de la polución. La unidad de medida suele ser en micrómetros o micrones. Sus principales componentes suelen ser los sulfatos y nitratos, el amoníaco, el cloruro de sodio, los polvos minerales…

Así pues, los PM son indicadores representativos de la contaminación del aire y son las partículas que más afectan a las personas, más que cualquier otro tipo de contaminante, ya que son consideradas la amenaza invisible del ser humano. Aquellas que tienen más de 50 micrones de diámetro aún pueden observarse a simple vista, pero a medida que se vuelven más pequeñas, pasan desapercibidas.

Las partículas que contienen menos de 10 micrones empiezan a ser peligrosas para nuestra salud ya que pueden ser inhaladas y penetrar nuestros pulmones. Pero las menores de 2’5 micrones e incluso las submicrónicas (menos de PM1) son las que presentan un mayor riesgo para la sociedad, ya que son partículas finas que nuestro sistema respiratorio no es capaz de filtrarlas, por lo cual son respirables e inhalables y capaces de penetrar en nuestro sistema sanguíneo.

En definitiva, existen múltiples tipos de partículas contaminantes, pero el principal emisor de dióxido de nitrógeno es el automóvil mediante el tubo de escape, culpable de generar la boina de contaminación que se aprecia en grandes ciudades. Este gas se emite con los motores diésel y ocupa un 46% de las emisiones totales de partículas en suspensión en la Unión Europea, según un informe de la Agencia Europea del Medio Ambiente (Aema).

Sin embargo, el riesgo para nuestra salud no termina en la exposición a dichas partículas, sino que también nos afectan el ozono (O3) y el dióxido de azufre (SO2). Y como en el caso de las partículas, las mayores concentraciones de todos estos elementos se encuentran sobre todo en zonas urbanas.

Fomentemos una movilidad más sostenible

La reducción de las micropartículas y la consecuente mejora de la calidad del aire requiere la disminución de los vehículos de combustión hasta lograr su completa desaparición.

Una medida necesaria para ello es prohibir, por parte de las administraciones, la entrada en las ciudades de los vehículos de combustión, especialmente los diésel, ya que conllevará una reducción mayúscula de la contaminación. Prueba de ello son los protocolos de contaminación que se han llevado a cabo en grandes ciudades y ya han dado sus frutos. Por ejemplo, París, Madrid y Ciudad de México se han comprometido a prohibir la circulación de los diésel a partir de 2025.

¿Cuáles son las opciones más viables?

Las nuevas alternativas de movilidad sostenible pasan por el uso del transporte público, del vehículo eléctrico y vehículos de movilidad personal como los patinetes y bicis eléctricas.

Y, por último, un cambio en el modelo urbano podría ser la guinda del pastel, ya que actualmente la sociedad tiene una dependencia absoluta del automóvil y del coche particular. Y un cambio en la configuración urbana podría significar un aumento considerable del carril bici, comercios y colegios más próximos, transporte público más asiduo, etc.

¿Y todo esto con qué fin? ¡Sencillamente con el de cuidarnos más y mejor!